domingo, 4 de julio de 2010

RECIBIMIENTO A LA INMACULADA- ERMITA DE LA LABRADORA 3-JULIO-2010


Amargura en tu Inmaculada, Inmaculada en tu Amargura, y 50 años que nos honran al pueblo de Herencia y a cada uno de nuestros corazones: los que nos sentimos herencianos, simplemente porque eres nuestra Madre, y los que nos sentimos moraos porque haces que nuestras vidas ya no sean amargas, ya no sean oscuras, ya no sean misteriosas…simplemente porque estás tú, que supiste decir que sí para tener a tu Hijo y para verlo sufrir; para estar limpia y para sopesar esa Amargura que clavó en tu corazón el pecado…ese corazón blanco…ese corazón inmaculado, que nos honramos de guardar cincuenta años.

Y ese mismo sí es el que te dice en esta inmaculada tarde el pueblo de Herencia, el barrio de La Labradora, y la Hermandad de Jesús Nazareno. Un Cristo “morao” que espera a su Madre porque ya no quiere verla sufrir: la quiere ver de azul, la quiere ver de gala, la quiere ver como ella es: Inmaculada. Una María Magdalena que más que nunca hoy te recibe emocionada, y un Nazareno que se acuerda emocionado de su infancia, porque es Dios, que lleva su cruz, esa cruz que ahora un pueblo levanta, esa cruz de la que su barrio se enorgullece, esa cruz que su Hermandad lleva por bandera, y esa cruz de la que su Madre quiere sacar la mejor parte, y por ello, Inmaculada, se acuerda de aquellas veces en las que lo enseñaba a caminar, y ahora es Él quien enseña a caminar a su pueblo.

Pero esa cruz fue levantada a lo más alto, Madre, y cuando el Nazareno estaba clavado para salvar al mundo y fue coronado como Rey del Universo con una corona de las espinas amargas de tu corazón, se acordó de su Madre, se acordó de “su Inmaculada”, y mirando al discípulo que tanto quería, dijo: Mujer, ahí tienes a tu hijo, Hijo ahí tienes a tu Madre”, pero el relato no acabó de esa forma, sino que dejó las palabras más comprometidas, más responsables y más hermosas para el final, las mismas palabras que te repite ahora un pueblo entero, un barrio entero, unas Hermandades unidas para siempre por su Cristo “morao”, y aquel discípulo llamado Juan que aguardaba aquella tarde en el monte Calvario y que aguarda ahora dentro de esta ermita que te acoge : “DESDE AQUEL MOMENTO, LA RECIBIÓ EN SU CASA”.